La fama del Marsella traspasa fronteras. No solo porque por allí pasaron, ahogaron sus penas y disfrutaron hasta el cansancio reconocidas figuras del mundo del arte y de las letras como Ernest Hemingway, Pablo Picasso o Salvador Dalí, sino también porque ha sido capaz de mantener su esencia bohemia y de seguir atrayendo turistas a pesar del paso de los años. Sobrevivió a la Guerra Civil, a la transformación del barrio del Raval y a la pandemia, lo que lo ha llevado a convertirse en el bar más antiguo de Barcelona.
Este mítico bar, ubicado en el cruce entre las calles de Sant Pau y Sant Ramon, fue fundado en el año 1820 y hoy en día sigue transportando a sus clientes al pasado. Las lámparas de araña, las mesas de mármol y los carteles de sus paredes de madera datan de aquella época, la cual también queda constatada al observar las botellas cubiertas con polvo sólido que se encuentran en algunos puntos del local.
El Marsella también es famoso por la absenta, una bebida alcohólica anisada con un fondo amargo que se popularizó en la capital francesa a finales del siglo XIX. De hecho todavía es posible pedir este licor de alta graduación, también llamado 'diablo verde', en el establecimiento barcelonés. Se sirve en una copa de cristal, con un tenedor (aunque antiguamente se hacía con una cuchara con perforaciones en la cazoleta) y con un terrón de azúcar encima, sobre el cual se vierte agua.
Además de haber acogido a numerosas personalidades y de ofrecer el licor característico del movimiento bohemio, este local también ha sido escenario de varias producciones. Entre ellas destaca la comedia dramática Vicky Cristina Barcelona (2008), del reconocido director estadunidense Woody Allen y protagonizada por Javier Bardem y Penélope Cruz. En este local también se grabó el videoclip de Vampiros, la última canción de Rosalía y Rauw Alejandro.
Sin embargo, no todo han sido buenas noticias para este emblemático lugar que carga con más de 200 años a sus espaldas, ya que en el año 2013 estuvo a punto de cerrar. Los propietarios del edificio querían que el dueño dejara el local, pero el bar logró recoger firmas de sus clientes para evitar su cierre y finalmente se salvó gracias a la intervención del Ayuntamiento de Barcelona, que compró el edificio.
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